lunes, 26 de marzo de 2018

Las bicicletas son para el verano




Después de haber visto no pocas de sus películas y de haber devorado con gran admiración sus memorias, me acerco hasta el teatro escrito por el actor Fernando Fernán-Gómez, y doy con Las bicicletas son para el verano, una pieza que me ha resultado tan hermosa como espeluznante. No sé por qué (ignoro si se tratará de conmiseración o de morbo malsano), pero me gusta leer ficciones ambientadas en la guerra civil española de 1936; o en la inmediata y dura postguerra. Todas las imágenes que me contaba mi abuela se unen a los vagos recuerdos de mis padres, a la lectura de San Camilo, 1936, a la de La larga marcha, y a tantos otros artículos y relatos que, a lo largo del tiempo, me han ido informando sobre aquel tiempo amargo, lleno de claudicaciones, bajezas y renuncias.
Fernán-Gómez ha sabido comunicar muy bien todo este cúmulo de insanias, y con ello ha producido una hermosa pieza literaria. Dos momentos destacaré de la obra. El primero, cuando una mujer niega a su hija la posibilidad de salir a la calle para recoger pan, pues piensa que puede peligrar su existencia, añadiendo luego a la criada: “Asómate tú, Josefa”. A ella da igual que la frían a balazos, o que la masacren con una bomba: crueldad de madre, tal vez impensada. El segundo momento, es cuando don Luis pronuncia una frase tan repetida después (yo la leí varias veces en libros de Francisco Umbral) como perturbadora: “No ha llegado la paz, Luisito: ha llegado la victoria”. Gran y monstruosa verdad.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Yo vi la película primero y luego leí la novela, ambas me gustaron y no sentí que la segunda desmereciera la primera...es que Agustín González era un crack.

Besitos 💋💋💋