jueves, 1 de marzo de 2018

Beltenebros




Aunque lo ignoremos (o finjamos ignorarlo, porque nos asusta o nos conviene), la mayor parte de los seres humanos somos prisioneros del ayer. Unos barrotes invisibles formados por nuestras equivocaciones, nuestras ignominias, nuestros despropósitos o nuestras torpezas se yerguen alrededor de nuestra mente para mantenernos encarcelados. Quizá durante años no seamos conscientes de ese aherrojamiento y vivamos aparentemente libres, incluso dichosos, pero un simple gesto, la repetición de un suceso que creíamos sepultado por el olvido puede ser suficiente para gangrenar nuestra calma y desmoronarnos. 
En la localidad de Brighton, regentando una pequeña tienda de libros y grabados antiguos, vive un español. A pesar de su apariencia tranquila y de sus costumbres flemáticas, se trata de un antiguo capitán del ejército republicano, derrotado en la guerra civil española de 1936. Su apellido es Darman y, desde hace décadas, realiza trabajos inconfesables como ejecutor de traidores. Le llega la indicación de quién debe ser eliminado y él, sin que su familia sospeche de sus actividades sangrientas, toma aviones, se desplaza a las ciudades indicadas, localiza a su víctima y realiza el encargo con la frialdad más espeluznante: lo mismo hunde sus dedos en unos globos oculares que estrangula con sus manos o borra un rostro de un balazo a quemarropa. Es el mejor en su terreno. O al menos lo ha sido, porque ahora los años han depositado en él una pátina de descreimiento que le hace dudar de la justicia o la rectitud de quienes cursan las órdenes. 
Veinte años después de haber ido a Madrid para matar a un traidor llamado Walter, recibe instrucciones para volver a la misma ciudad y encargarse de Andrade, quien al parecer está haciendo que todos los miembros de la organización clandestina caigan en manos de la policía franquista. Pero el capitán Darman descubrirá en la capital de España que el pasado se agazapa en los pliegues más insospechados del Destino. Si junto a Walter se encontraba Rebeca Osorio, a la que Darman deseó desde el principio y junto a la que no pudo quedarse porque la atrocidad de su crimen lo había convertido a sus ojos en un engendro, ahora junto a Andrade se encuentra una chica sorprendentemente igual a ella, que responde también al nombre de Rebeca Osorio. Esta simetría perturbadora e inquietante empapará de inquietud muchas de las páginas de la novela. Y por detrás del capitán Darman, persiguiéndolo o acechándolo como un espectro, notará la caliginosa figura del comisario Ugarte, a quien nadie ha visto nunca con nitidez (se esconde siempre entre las sombras) y al que se identifica con el sobrenombre de Beltenebros, el Príncipe de las Tinieblas.
Una novela cuya densidad emocional y cuyo rigor semántico son tan notables que ha de ser leída con mucha lentitud, para no perderse ni uno solo de sus matices. La experiencia literaria es inigualablemente enriquecedora.

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